jueves, 21 de octubre de 2010

Capítulo 6: La ira

Al día siguiente todo aquello parecía muy lejano, parecía que llevase días sin dormir dándole vueltas a todo lo que había ocurrido. Cogí un trozo de pan de aquella mesa, seguía intacta, preparada para la cena que nunca tomamos. María se había ido indignada por mi reacción ante su vulnerabilidad por todo lo que estaba ocurriendo. La única noticia que tuvo de Dave fue una breve llamada en la que le pedía encarecidamente que confiase en él y sacase a su hija de aquel campamento. Ella lo hizo especialmente porque la policía ya la había llamado para que declarase el paradero de Dave y le habían contado lo ocurrido la otra noche en el solar.

Me di una ducha fría para intentar organizar todo lo que estaba pasando por mi mente: la desaparición de Dave, aquellos hombres, el incendio. ¿Por qué me habría mentido y en cambio a María le había hecho esa llamada tan explicita? ¿Acaso las cosas había empeorado? No tenía claro cómo ayudarle pero necesitaba hacer algo porque si no me volvería loco. Llamé al móvil de Dave sin obtener respuesta, así que llamé a María para aclarar lo que había pasado la noche anterior y en un intento de que entre los dos llegásemos a algún punto que pudiese tener salidas. Me colgó casi de inmediato, prácticamente ni me oyó. Tres minutos después sonó el teléfono. Parecía haber cambiado de opinión y también de estado de ánimo, aunque no tuve claro hacia dónde, sólo la noté extraña. Accedió a que no viésemos en un callejón de los viejos almacenes del barrio árabe.

Llegué pronto, no quería hacerla esperar y darle la posibilidad de marcharse. El día estaba cayendo, los pocos comercios que aún se mantenían activos comenzaban a cerrar ventanas y echar pestillos, candados y rejas. Las últimas personas que querían abandonar la zona hacían cola en la parada de un autobús que hacia su parada obligatoria lo más rápidamente posible para evitar posibles conflictos no muy limpios.

La vi llegar a lo lejos, su silueta se marcaba entre la claridad que aún alumbrada la calle. Su paso ya no era firme ni mucho menos seguro, conforme se fue acercando a mí vi que llevaba la cabeza cubierta con un pañuelo y unas gafas de sol de no muy buena calidad. Cuando estuvo enfrente descubrí a una mujer temerosa, su mirada inquieta no dejaba de repasar todo lo que nos rodeaba y cada mínimo ruido la estremecía. No fue capaz de parar su mirada en la mía pero pude notar su terror. Cuando me acerqué en busca de un mínimo contacto para tranquilizarla, o para tranquilizarme a mi, retiró con brusquedad el brazo en un cruce de rencor y dolor. No me planteé en ese momento que nada tuviesen que ver esos sentimientos con lo ocurrido la noche anterior, nunca estuve muy puesto en lo que a emociones se refiere.

-María…yo no quise…-no sabía que debía decir para no enfrentarme a su ira- quiero decir, siento mucho lo que ocurrió anoche…yo no supe…

-¿De qué hablas? ¿Crees que acaso me importa que en tu insignificante vida anoche te emborracharas y quisieses algo que sabes que no va a suceder nunca? ¿Crees que me importa una mierda lo que pasó anoche? Ni siquiera sé por qué fui a tu casa- su ira no fue aplacable y aunque esperaba algún reproche o insulto más creo que no disponía de más fuerza que aquella que estaba gastando conmigo en aquel callejón.

-María…yo no quise decir…- intenté hablar con ella aunque su interés no parecía estar precisamente en mí sino más bien en algo que por sus gestos y miradas aparecería por la entrada del callejón.

-Mira Chad, voy a ser clara y muy breve, olvídate de mí y de mi hija, no vuelvas a llamarme ni a intentar contactar más conmigo; simplemente búscate otro subnormal que te encuentre curro e intenta no destrozarle la vida esta vez. Si quieres algo habla con ellos y dales lo que narices anden buscando. Si Dave se pone en contacto contigo dile que solucione esto de una maldita vez y que no aparezca más por nuestras vidas.

Cogió aire con gran dificultad, como si el discurso que acababa de soltarme lo hubiese repetido varias veces en su cabeza para no olvidar nada, la ira que desprendía no parecía ensayada.

Tras la bocanada de aire se dio media vuelta como pudo y comenzó a caminar tan rápido como los vaivenes de unos tacones de aguja que no parecían aguantar el peso de su cuerpo podían.

Todo ocurrió en segundos, no pude procesar lo que ocurría. Di un par de zancadas para alcanzarla, al agarrarla cayó al suelo y sus gafas de sol acabaron unos metros más adelante. Cuando giró la cara para gritarme olvidó por qué llevaba aquellas gafas cuando la oscuridad ya nos inundaba y sólo una farola parpadeante iluminaba desde la esquina. Lo hinchado de sus ojos y el color rojizo que se expandía en su pómulo hablaban por sí mismos. Intentó levantarse cuando vio mi cara de perplejidad y salió de nuevo corriendo. En ese instante un coche color plata frenó bruscamente en la calle principal a nuestra altura. María no parpadeó ni echó la vista atrás, corrió hacia el vehículo que en ese momento abría la puerta trasera invitándola a entrar. Corrí con todas mis fuerzas, aun no tengo claro por qué lo hice. Sonó el portazo mientras la ventanilla delantera descendía levemente para dejar entrever algo que brillaba sobre todo lo que allí había. Lo siguiente que puedo recordar es el dolor agudo y cálido atravesando mi muslo…

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