domingo, 27 de diciembre de 2009

Capítulo 2: La noche que todo cambió

Todo empezó hace poco menos de un año. Estábamos a finales de Diciembre y yo me había cogido una semana de vacaciones para poder descansar y olvidarme, aunque fuera por poco tiempo, del trabajo de vigilante. No es que me gustaran las fiestas, y tampoco tenía familia con la que celebrarla, sino que había sido un año bastante duro y consideraba que me lo merecía. Acababa de levantarme cuando sonó el teléfono móvil. Me acerqué al escritorio y miré la pantalla para ver quién me llamaba. Era Dave.
- ¿Qué pasa tío? – dije mientras levantaba el store de la ventana para ver el efecto de la nevada que había caído en la pasada noche. La ciudad estaba completamente blanca. En la calle había varios vecinos quitando la nieve de la puerta de sus casas, y había un grupo de niños jugando a tirarse bolas de nieve. Por encima de los tejados de los edificios se veía el cielo nublado, preparado para descargar otra nevada en poco tiempo. La poca luz que entró iluminó una habitación, donde perfectamente podría haber habido una fiesta la pasada noche. Había montones de ropa tirados sobre la cama y la silla del escritorio, cajas de comida y latas de refresco que casi ocultaban el monitor del ordenador y enormes pilas de libros amontonados por todos lados. Definitivamente el orden no era lo mío.
- Oye Chad, necesito un favor – por el ruido que se escuchaba, parecía que estaba conduciendo. El tono de su voz sonaba nervioso –. Estoy de camino al hospital. María acaba de llamarme diciéndome que la niña se ha caído mientras jugaba y se ha golpeado la cabeza. No sé cuánto tiempo estaré allí y quería preguntarte si podrías hacerme el turno de esta noche. Ya sé que estás de vacaciones pero si pido otro día más me echarán a la calle. Y necesito este curro.
- Está bien – en realidad no me apetecía en absoluto pasar toda la noche en ese maldito solar, donde se supone que debía haberse construido un centro comercial dos años atrás, pero le debía un favor desde hacía mucho tiempo –. Ficharé por ti a las nueve. Llámame cuando sepas algo de tu hija. Y ten cuidado con María.
- Lo tendré hermano – bromeó Dave –. He dejado mi ficha sobre el recibidor. Ya sabes dónde están escondidas las llaves. Y muchas gracias.
- Ya nos veremos – y colgué el móvil.

Durante el resto de la mañana estuve haciendo algo de ejercicio usando una vieja cinta de correr que tenía en el salón y tratando de ordenar el caos que era el pequeño piso donde vivía. Era un pequeño apartamento con un par de habitaciones que había heredado, situado a las afueras de la ciudad. No era nada lujoso pero al menos tenía un techo donde vivir, no como los muchos sin techo que había en esta masificada ciudad. Mientras almorzaba algo de comida china que había encontrado en la nevera, en el telediario hablaban de todos los robos, peleas, asesinatos y desapariciones que habían sucedido la noche anterior. Pero lo que salía en las noticias no era ni la cuarta parte de todo lo que pasaba cuando se ponía el Sol.
Tras una ducha rápida, me acerqué en metro a casa de Dave y, como había dicho por teléfono, encontré las llaves de su casa dentro de una horrible maceta que alguien decidió que quedaba perfecta al lado del ascensor. Lo tomé y subí hasta la cuarta planta.
El número de apartamento era el cuarenta y seis, y mientras lo buscaba casi golpee a una chica que salía de una de las puertas. Tras disculparme abrí la puerta y me acerqué al recibidor donde Dave había dicho que dejaría la ficha de personal. Ahí estaba, junto a una foto en la que aparecía con su hija recién nacida y María. Aunque había pasado más de un año desde que se divorciaron, él aún seguía queriéndola. Esa foto se tomó poco después de que nos conociéramos. Yo había llegado a la ciudad y lo primero que hice fue acercarme a un garito que había cerca del aeropuerto. Tras un par de cervezas en la barra me puse a hablar con un hombre hispanoamericano que había a mi lado. Ese desconocido era Dave. Él fue el que me consiguió el empleo y quien me ayudó durante las primeras semanas. Sin entretenerme más, recogí la tarjeta de plástico y me largué. Ya eran casi las ocho.

Después de cuarenta minutos en el metro, llegué a la obra donde trabajaba de vigilante. Diego, el vigilante del turno anterior, ya se había marchado; como de costumbre. Todavía me preguntaba cómo es que no lo habían despedido. En la garita para los guardias encontré mi uniforme dentro de una de las cinco taquillas que había en una de las paredes y me cambié. Luego me acerqué al lector de tarjetas y pasé la ficha de Dave. Ya no se metería en ningún problema por ello. Lo único que quedaba por hacer era pasar una noche muy aburrida delante de los monitores. En la pared contraria a las taquillas había una pequeña nevera y un microondas. Miré que había dentro y lo único que no parecía que me fuera a provocar una semana entera de viajes al baño era una pizza precocinada, que puse a calentar.
Me acerqué a los monitores colocados en una vieja mesa y me senté en la gastada silla de despacho que había enfrente, y que parecía que la hubieran cogido de un vertedero, sobre todo por el olor que desprendía. La calidad de las imágenes no era muy buena pero bastaba. Se podían ver todas las zonas de lo que sería el mayor centro comercial de todo el país; pero hubo algo que me extrañó. Uno de los monitores estaba completamente negro.
«Ya hay algún grupo de chavales dentro» - pensé. Me levanté y cogí la linterna para acercarme a ver qué ocurría.
La oscuridad era total en el recinto salvo por el pequeño círculo de luz proveniente de la linterna. La zona vigilada por la cámara rota era la más alejada de la entrada, y tenía que atravesar todo el solar. Conforme me iba acercando empecé a escuchar voces, así que apagué la linterna y me acerqué para ver quiénes eran. Me escondí detrás de una hormigonera y asomé la cabeza. Lo que vi me dejó sin palabras. Mientras esperaba encontrar a un grupo de niños, me encontré con una decena de hombres que parecían estar conversando, aunque algunos de ellos llevaban subfusiles enganchados al hombro. En el centro del grupo había una enorme caja metálica de alrededor de un metro cuadrado. Desde donde me encontraba no lograba ver con claridad los rostros así que pensé que lo mejor era llamar a la policía. Justo cuando sacaba el móvil, este empezó a sonar. Era Dave. Colgué todo lo rápido que pude y recé para que no se hubieran enterado. Qué equivocado estaba.
- ¡Allí hay alguien! – gritó uno de los allí reunidos. Cuando me asomé vi que dos de los hombres que iban armados se acercaban a donde yo estaba. No me lo pensé dos veces; me di la vuelta y eché a correr lo más rápido que pude. Les saqué cierta ventaja y pasé por delante de la garita hacia el exterior, donde sabía que no se atreverían a seguirme debido a la gente que había por la calle. Seguí corriendo hasta que los pulmones me ardieron y me escondí en un restaurante desde donde llamaría a la policía.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Capítulo 1: El Caso Dave

Acabé por sospechar de todo el mundo. Del banquero que me atendía sin perder su sonrisa, del camarero del bar al que solía ir, de la señora que me vendía el periódico diariamente desde dentro de su pequeño quiosco, de mi casero, de mis vecinos y hasta de mis amigos. No, no es que me hubiera vuelto loco, es que nadie quiso ayudarme a encontrarlo. Ni la policía, que se supone que cobra para eso.

A los tres meses de su desaparición, Dave fue catalogado como uno de esos casos cerrados de la policía, en los que detienen la investigación hasta el momento en que se encuentra alguna prueba suficientemente relevante como para despertar el interés de algún inspector con ansias de colgarse galardones. El caso de Dave no tuvo mucha publicidad por la prensa sensacionalista del país, ya que fue una “desaparición limpia”; así llamaban los entendidos a los miles de personas que desaparecían cada año sin dejar rastro: ni huellas, ni sangre, ni notas, ni nada. A mi parecer, no se trataba de una desaparición tan pulcra y, por la prisa que tuvieron en dar el caso por cerrado, consideré que la policía tenía algo que ver en todo este asunto. Esta es la razón de que ahora esté escribiendo; quiero hacer llegar a todo el mundo mi historia, y la historia de Dave, quiero que todos los que tuvieron algo que ver con su desaparición paguen el precio de la justicia.

Disculpa, no me he presentado. Mi nombre es Charles S., aunque todos me llaman Chad. Por supuesto, se trata de un seudónimo que utilizo para publicar mis escritos, ya que me atengo a la Ley de Protección de Testigos. Siempre quise ser periodista, de esos que hacen reportajes de riesgo y se infiltran en grupos de mafias pero, por alguna razón, acabé trabajando como seguridad nocturna en una de esas construcciones interminables. Básicamente, mi trabajo consistía en que no robasen material de construcción ni hubiera indigentes que se acomodaran en la zona, hasta que un día ocurrió algo extraño, algo que inició la historia que voy a contarte…



Prólogo

Tirandodelascadenas es un blog de relatos encadenados que surge de la idea de un grupo de siete estudiantes sevillanos con el simple propósito de disfrutar de la escritura y la lectura de un modo un tanto peculiar.
La temática de los relatos es algo que dejamos en el aire, ni siquiera nosotros sabemos qué pasará en el siguiente capítulo, de manera que todos podamos sorprendernos de nuestra propia historia.
Intentaremos ordenar las publicaciones de modo que podáis leer cada capítulo siguiendo el índice de la derecha. En el apartado “etiquetas” podréis encontrar los capítulos que ha publicado cada autor, por lo que os será fácil leer exclusivamente los escritos de vuestro autor favorito (del blog, claro está). Por último, de vez en cuando dejaremos una encuesta en la página para conocer la opinión general de los lectores, o el rumbo que queréis que tome el siguiente capítulo. Trataremos de hacer de esta página algo divertido, pero todo a su tiempo.
Sin más, esperamos que disfrutéis de nuestra pequeña aportación al universo de las letras.


Tirandodelascadenas © 2009

MyFreeCopyright.com Registered & Protected

Vistas de página en total